La hice primero de aire. Luego subí en el aire la bandera y la dejé colgada del firmamento, de la estrella, de la claridad y de la oscuridad.
Cemento, hierro, vidrio, eran la fábula, valían más que el trigo y como el oro, había que buscar y que vender, y así llegó un camión: bajaron sacos y más sacos, la torre se agarró a la tierra dura -pero, no basta, dijo el constructor, falta cemento, vidrio, fierro, puertas-, y no dormí en la noche.
Pero crecía, crecían las ventanas y con poco, con pegarle al papel y trabajar y arremeterle con rodilla y hombro iba a crecer hasta llegar a ser, hasta poder mirar por la ventana, y parecía que con tanto saco pudiera tener techo y subiría y se agarrara, al fin, de la bandera que aún colgaba del cielo sus colores.
Me dediqué a las puertas más baratas, a las que habían muerto y habían sido echadas de sus casas, puertas sin muro, rotas, amontonadas en demoliciones, puertas ya sin memoria, sin recuerdo de llave, y yo dije: "Venid a mi, puertas perdidas: os daré casa y muro y mano que golpea, oscilaréis de nuevo abriendo el alma, custodiaréis el sueño de Matilde con vuestras alas que volaron tanto."
Entonces la pintura llegó también lamiendo las paredes, las vistió de celeste y de rosado para que se pusieran a bailar. Así la torre baila, cantan las escaleras y las puertas, sube la casa hasta tocar el mástil, pero falta dinero: faltan clavos, faltan aldabas, cerraduras, mármol. Sin embargo, la casa sigue subiendo y algo pasa, un latido circula en sus arterias: es tal vez un serrucho que navega como un pez en el agua de los sueños o un martillo que pica como alevoso cóndor carpintero las tablas del pinar que pisaremos.
Algo pasa y la vida continúa.
La casa crece y habla, se sostiene en sus pies, tiene ropa colgada en un andamio, y como por el mar la primavera nadando como náyade marina besa la arena de Valparaíso,
Quiénes se amaron como nosotros? Busquemos las antiguas cenizas del corazón quemado y allí que caigan uno por uno nuestros besos hasta que resucite la flor deshabitada.
Amemos el amor que consumió su fruto y descendió a la tierra con rostro y poderío: tú y yo somos la luz que continúa, su inquebrantable espiga delicada.
Al amor sepultado por tanto tiempo frío, por nieve y primavera, por olvido y otoño, acerquemos la luz de una nueva manzana,
de la frescura abierta por una nueva herida, como el amor antiguo que camina en silencio por una eternidad de bocas enterradas.
SONETO XCVI
Pienso, esta época en que tú me amaste se irá por otra azul sustituida, será otra piel sobre los mismos huesos, otros ojos verán la primavera.
Nadie de los que ataron esta hora, de los que conversaron con el humo, gobiernos, traficantes, transeúntes, continuarán moviéndose en sus hilos.
Se irán los crueles dioses con anteojos, los peludos carnívoros con libro, los pulgones y los pipipasseyros.
Y cuando esté recién lavado el mundo nacerán otros ojos en el agua y crecerá sin lágrimas el trigo.
PARA que tú me oigas mis palabras se adelgazan a veces como las huellas de las gaviotas en las playas.
Collar, cascabel ebrio para tus manos suaves como las uvas.
Y las miro lejanas mis palabras. Más que mías son tuyas. Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.
Ellas trepan así por las paredes húmedas. Eres tú la culpable de este juego sangriento.
Ellas están huyendo de mi guarida oscura. Todo lo llenas tú, todo lo llenas.
Antes que tú poblaron la soledad que ocupas, y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.
Ahora quiero que digan lo que quiero decirte para que tú las oigas como quiero que me oigas.
El viento de la angustia aún las suele arrastrar. Huracanes de sueños aún a veces las tumban. Escuchas otras voces en mi voz dolorida. Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas. Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme. Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.
Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras. Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.
Voy haciendo de todas un collar infinito para tus blancas manos, suaves como las uvas.
TRISTEZA, escarabajo de siete patas rotas, huevo de telaraña, rata descalabrada, esqueleto de perra: Aquí no entras. No pasas. Ándate. Vuelve al Sur con tu paraguas, vuelve al Norte con tus dientes de culebra. Aquí vive un poeta. La tristeza no puede entrar por estas puertas. Por las ventanas entra el aire del mundo, las rojas rosas nuevas, las banderas bordadas del pueblo y sus victorias. No puedes. Aquí no entras. Sacude tus alas de murciélago, yo pisaré las plumas que caen de tu manto, yo barreré los trozos de tu cadáver hacia las cuatro puntas del viento, yo te torceré el cuello, te coseré los ojos, cortaré tu mortaja y enterraré tus huesos roedores bajo la primavera deun manzano.