1. Víctor Jara nasceu no Chile em 1932. Foi músico, cantor e director de teatro. Morreu assassinado a 15 de Setembro de 1973 no Estádio que desde o ano 2003 tem o seu nome. Tinha 41 anos. Foi preso com mais 600 professores e estudantes a 12 de Setembro e levado para o Estádio Chile, onde se aglomeravam milhares de prisioneiros. No dia do golpe de Pinochet, 11 de Setembro de 1973, deveria actuar no comício onde o Presidente Salvador Allende, também ele assassinado, ia anunciar ao povo chileno a realização de um referendo. Victor Jara foi de imediato reconhecido pelos oficiais fascistas. Mãos na nuca foi logo ali pontapeado dezenas de vezes no corpo e no rosto. Os seus amigos e companheiros assistiam impotentes sob a mira das espingardas e metralhadoras. Como se as botas já não chegassem começam a bater-lhe com a pistola. O rosto fica rapidamente empapado de sangue. Na noite de 12 para 13 jaz no chão sob custódia dos militares e sem possibilidade de auxílio. Não lhe dão alimento. Nem mesmo água. É exibido como troféu entre os oficiais. No meio da bestialidade, dos presos que vão chegando, das torturas e dos assassinatos os seus esbirros parecem esquecê-lo. Passa os dias 13 e 14 entregue aos cuidados dos seus companheiros de infortúnio. Mas de novo a 15 voltam à carga. É insultado, espancado a pontapés e coronhadas. Já não se consegue levantar. É a última vez que é visto com vida. Antes tinha escrito o seu último texto. Um poema: Estadio Chile -“Somos diez mil manos menos/Que no producen./¿Cuántos somos en toda la Patria?/La sangre del compañero Presidente/golpea más fuerte que bombas y metrallas./Así golpeará nuestro puño nuevamente./Canto, qué mal me sales cuando tengo que cantar espanto./Espanto como el que vivo/como el que muero, espanto”. Nesse mesmo dia à tarde é visto crivado de balas junto com mais cinquenta prisioneiros. No dia 16 o seu corpo é despejado no cemitério Metropolitano. Foi sobre este homem e sobre estes acontecimentos que o sociólogo Alberto Gonçalves escreveu na revista «Sábado» palavras cheias de um tolo pedantismo e de um atrevimento ignorante. O problema deve ser meu, mas desconhecia que a ironia boçal e execrável sobre a morte e a tortura rendesse euros a quem escreve. E, pelos antecedentes, a quem paga também. 2. António Barreto não é nenhum mentecapto. É professor catedrático e sociólogo. Analista e comentador. Tem uma actividade de intervenção política conhecida – em várias organizações de quadrantes políticos muito diferentes – de quase meio século. Foi secretário de estado e ministro. Mais. António Barreto foi durante alguns anos militante do PCP. Dele saiu em finais dos anos 60 em ruptura pela «esquerda» (maoista). Portanto tinha toda a obrigação de concluir sobre a pretensa carta do Almirante Rosa Coutinho o mesmo que Pacheco Pereira, que nunca foi membro do PCP: «Há documentos genuínos com este tom, mas em movimentos doutro tipo, milenários, religiosos, étnicos, mas não existe nada de parecido no movimento comunista.». E nem me passa pela cabeça insinuar que a proximidade entre a data da publicação do controverso artigo e o regresso do secretário-geral do PCP da sua deslocação a Angola e África do Sul é algo mais do que isso: uma infeliz coincidência. Salazar dizia que «em política o que parece é». Eu não!
Aprieto firme mi mano y hundo el arado en la tierra hace años que llevo en ella ¿cómo no estar agotado?
Vuelan mariposas, cantan grillos, la piel se me pone negra y el sol brilla, brilla, brilla. El sudor me hace surcos, yo hago surcos a la tierra sin parar.
Afirmo bien la esperanza cuando pienso en la otra estrella; nunca es tarde me dice ella la paloma volará.
Vuelan mariposas, cantan grillos, la piel se me pone negra y el sol brilla, brilla, brilla. y en la tarde cuando vuelvo en el cielo apareciendo una estrella.
Nunca es tarde, me dice ella, la paloma volará, volará, volará, como el yugo de apretado tengo el puño esperanzado porque todo cambiará.
El derecho de vivir poeta Ho Chi Minh, que golpea de Vietnam a toda la humanidad. Ningún cañón borrará el surco de tu arrozal. El derecho de vivir en paz.
Indochina es el lugar mas allá del ancho mar, donde revientan la flor con genocidio y napalm. La luna es una explosión que funde todo el clamor. El derecho de vivir en paz.
Tío Ho, nuestra canción es fuego de puro amor, es palomo palomar olivo de olivar. Es el canto universal cadena que hará triunfar, el derecho de vivir en paz.
Para que não se esqueça, aqui se descrevem os últimos dias da vida de Victor Jara antes da sua execução, no dia 15 de Setembro de 1973, no estádio que agora tem o seu nome. Optei por não traduzir o texto de Boris Navia que testemunhou ao vivo os acontecimentos. A descrição é impressionante. Pelo menos a mim, mesmo já conhecendo os factos, vieram-me as lágrimas...
Las últimas horas de Víctor Jara
por Boris Navia
Abogado, presidente del Club de Amigos de Radio Nuevo Mundo, Boris Navia es uno de los centenares de chilenos que estuvo en el Estadio Chile, hoy Víctor Jara, los primeros días que siguieron al golpe. En esa calidad, entrega su valioso e inédito testimonio de las últimas horas vividas por el gran cantor revolucionario.
“¡A ese hijo de puta me lo traen para acá!”, gritó el oficial apuntando con su dedo a Víctor Jara, quien junto a unos 600 profesores y estudiantes de la UTE ingresábamos con las manos en la nuca y a punta de bayoneta al Estadio Chile la tarde del miércoles 12 de septiembre de 1973. El día antes, Víctor debía cantar en el acto que se realizaría en la UTE, donde el Presidente Allendeanunciaría el llamado a plebiscito al pueblo de Chile. “¡A ese hijo de puta me lo traen para acá!”, repitió iracundo el oficial. El casco hasta los ojos, rostro pintado, metralleta al hombro, granada al pecho, pistola al cinto y balanceando su cuerpo tensado y prepotente sobre sus botas negras. “¡A ese huevón!… ¡a ése!”. El milico lo empuja, sacándolo de la fila. “¡No me lo traten como señorita, carajo!”. Ante la orden, el soldado levanta el fusil y le da un feroz culatazo en la espalda de Víctor, que cae de bruces casi a los pies del oficial. “¡Ch’e tu madre! Vos soy el Víctor Jara, huevón. El cantor marxista, el cantor de pura mierda!”. Y su bota se descarga furibunda una, dos, tres, diez veces en el cuerpo, en el rostro de Víctor, quien trata de protegerse la cara con las manos; ese rostro que cada vez que lo levanta esboza una sonrisa, que nunca lo abandonó hasta su muerte. “Yo te enseñaré, hijo de puta, a cantar canciones chilenas, no comunistas!” El golpe de la bota sobre un cuerpo indefenso no se olvida jamás… El oficial sigue implacable su castigo, enceguecido de odio, lo increpa y patea. La bota maldita se incrusta en la carne del cantor. Nosotros, apuntados por los fusiles contemplamos con horror la tortura de nuestro querido trovador y pese a la orden de avanzar nos quedamos transidos frente al horror. Víctor yace en el suelo. Y no se queja. Ni pide clemencia. Sólo mira con su rostro campesino al torturador fascista. Este se desespera. Y de improviso desenfunda la pistola y pensamos con pavor que disparará sobre Víctor. Pero, ahora le golpea con el cañón del arma, una y otra vez. Grita e increpa. Es histeria fascista. Y, entonces, la sangre de Víctor comienza a empaparle su pelo, a cubrirle su frente, sus ojos… Y la expresión de su rostro ensangrentado se nos quedó grabada para siempre en nuestras retinas… El oficial se cansa del castigo y se detiene, mira a su alrededor y advierte los cientos de ojos testigos que lo observan con asombro y con ira. Se descompone y grita. “¿Qué pasa, huevones! ¡Que avancen estas mierdas! Y a este huevón -se dirige a un soldado- me lo pones en ese pasillo y al menor movimiento lo matas, ¡lo matas, entendiste, carajo!”. El Estadio Chile se iba llenando rápidamente con prisioneros políticos. Primero 2.000, luego serían más de 5.000. Trabajadores heridos, ensangrentados, descalzos, con su ropa hecha jirones, bestialmente golpeados y humillados. El golpe fascista tuvo allí, como en todas partes, una bestialidad jamás vista. Las voces de los oficiales azuzando a los soldados a golpear, a patear, a humillar esta “escoria humana” a la “cloaca marxista”, como lo espetan. Hasta hoy día la gente nos pregunta si los miles de prisioneros del Estadio presenciaron estas torturas a Víctor y la respuesta es que sólo unos pocos, sus compañeros de la UTE y los más cercanos, ya que el destino y la vida de cada uno estaba en juego y, además, el Estadio Chile era un multiescenario del horror, de la bestialidad más despiadada. Allí arriba un oficial le cortaba la oreja con un corvo a un estudiante peruano, acusándolo por su piel morena de ser cubano. Un niño de 14 años enloquecía y el soldado le descargaba su arma. De pronto un soldado tropieza en las graderías con el pie de un obrero viejo y “El Príncipe”, que así se hacía llamar el oficial a cargo, desde lo alto de los reflectores que nos enceguecían le ordena que lo golpee y el soldado toma el fusil por su cañón y quiebra su culata en la cabeza del trabajador que se desangra hasta morir. Víctor, herido, ensangrentado, permanece bajo custodia en uno de los pasillos del Estadio Chile. Sentado en el suelo de cemento con prohibición de moverse. Allí, en ese mismo Estadio que lo aclamó en una noche del año 69 cuando gana el Primer Festival de la Nueva Canción Chilena, con su “Plegaria de un Labrador”.
Allí es obligado a permanecer la noche del miércoles12 y parte del jueves13, sin ingerir alimento alguno, ni siquiera agua. Tiene varias costillas rotas, uno de sus ojos casi reventado, su cabeza y rostro ensangrentados y hematomas en todo su cuerpo. Y estando allí, es exhibido como trofeo por el Príncipe ante las delegaciones de oficiales de otras ramas castrenses, y cada uno de ellos hace escarnio del cantor. La tarde del jueves se produce un revuelo en el Estadio. Llegan buses de la Población La Legua. Se habla de enfrentamiento. Y bajan de los buses muchos presos, heridos y también muchos muertos. A raíz de este revuelo, se olvidan un poco de Víctor. Los soldados fueron requeridos a la entrada del Estadio. Entonces, aprovechamos de arrastrar a Víctor hasta las graderías. Le damos agua. Le limpiamos el rostro. Eludiendo la vigilancia de los reflectores y las “punto 50”, nos damos a la tarea de cambiar un poco el aspecto de Víctor. Queremos disfrazar su estampa conocida. Que pase a ser uno más entre los miles. Un viejo carpintero de la UTE le regala su chaquetón azul para cubrir su camisa campesina. Con un cortauñas le cortamos un poco su pelo ensortijado. Y cuando nos ordenan confeccionar listas de los presos para el traslado al Estadio Nacional, también disfrazamos su nombre y le inscribimos con su nombre completo: Víctor Lidio Jara Martínez. Pensábamos, con angustia, que si llegábamos con Víctor al Nacional, y escapábamos de la bestialidad fascista del Chile, podríamos, tal vez, salvar su vida. Un estudiante nuestro ubica a un soldado conocido, le pide algo de alimento para Víctor. El soldado se excusa, dice que no tiene, pero más tarde aparece con un huevo crudo, lo único que pudo conseguir y Víctor toma el huevo y lo perfora con un fósforo en los dos extremos y comienza a chuparlo y nos dice, recuperando un tanto su risa y su alegría, “en mi tierra de Lonquén, así comíamos los huevos”. Y duerme con nosotros la noche del jueves, entre el calor de sus compañeros de infortunio y, entonces, le preguntamos qué haría él, un cantor popular, un artista comprometido, un militante revolucionario, ahora en dictadura, y su rostro se ensombrece previendo quizás la muerte. Hace recuerdos de su compañera, Joan, de Amanda y Manuela, sus hijas, y del Presidente Allende, muerto en La Moneda; de su amado pueblo, de su partido y de sus compañeros artistas. Su humanidad se desborda aquella noche de septiembre.
El viernes 14 estamos listos para partir al Nacional. Los fascistas parecen olvidarse de Víctor. Nos hacen formar para subir a unos buses, manos en alto y saltando. En el último minuto, una balacera nos vuelve a las graderías.
Y llegamos al fatídico sábado 15 de septiembre de 1973. Cerca del mediodía tenemos noticias de que saldrán en libertad algunos compañeros. Frenéticos, empezamos a escribirles a nuestras esposas, a nuestras madres, diciéndoles solamente que estábamos vivos. Víctor sentado entre nosotros me pide lápiz y papel. Yo le alcanzo mi libreta, cuyas tapas aún conservo. Y Víctor comienza a escribir, pensamos en una carta a Joan su compañera. Y escribe, escribe, con el apremio del presentimiento. De improviso, dos soldados lo toman y lo arrastran violentamente hasta una de las casetas de transmisión y por ello lo seguimos viendo. El oficial llamado el Príncipe tenía visitas, oficiales de Marina. Y desde lejos vemos cómo uno de ellos comienza a insultar a Víctor, le grita histérico y le da golpes de puño. La tranquilidad que emana de los ojos de Víctor descompone a sus cancerberos. Los soldados reciben orden de golpearlo y comienzan con furia a descargar las culatas de sus fusiles en el cuerpo de Víctor. Dos veces alcanza a levantarse Víctor, herido, ensangrentado. Luego, no vuelve a levantarse. Es la última vez que vemos con vida a nuestro querido trovador. Sus ojos se posan por última vez sobre todo aquel pueblo mancillado. Aquella tarde, nos trasladan al Estadio Nacional y al salir al foyer del Estadio Chile vemos un espectáculo dantesco. Cincuenta cuerpos sin vida están botados allí y entre ellos, junto a Litré Quiroga, Director de Prisiones del Gobierno Popular, también asesinado, el cuerpo inerte perforado a balazos de nuestro querido Víctor Jara. La brutalidad fascista había concluido su criminal faena. Era la tarde el sábado 15 de septiembre. Al día siguiente su cuerpo sería arrojado cerca del Cementerio Metropolitano. Aquella noche, entre golpes y culatazos, ingresamos al Estadio Nacional. Y nuestras lágrimas de hombres quedaron en reguero, recordando tu canto, amado Víctor, Víctor del Pueblo. Esa misma noche y al buscar una hoja para escribir, me encontré en mi libreta, no con una carta, sino con los últimos versos de Víctor, que escribió unas horas antes de morir y que él mismo tituló “Estadio Chile”. Inmediatamente acordamos guardar este poema. Un zapatero abrió la suela de mi zapato y allí escondió las dos hojas del poema; antes yo hice dos copias de él, y junto al ex senador Ernesto Araneda, también preso, se las entregamos a un estudiante y a un médico que salían en libertad. Sin embargo, el joven es revisado en la puerta de salida y le descubren los versos de Víctor y bajo tortura obtienen el origen del poema, llegan a mí y me llevan al velódromo, transformado en recinto de interrogatorios. Me entregan a la FACH y, tan pronto me arrojan a la pieza de tortura, el oficial me ordena sacarme el zapato donde oculto los versos. “¡Ese zapato cabrón!”, grita. Su brutalidad se me viene encima. Golpea el zapato hasta hacer salir las hojas escritas. Mi suerte estaba echada. Y comienzan las torturas destinadas a saber si existían más copias del poema. ¿Por qué a los fascistas les interesaba tanto el poema? Porque a cinco días del golpe en Chile, el mundo entero, estremecido, alzaba la voz levantando las figuras de Salvador Allende y Víctor Jara y, en consecuencia, sus versos de denuncia había que sepultarlos. Entonces, se trataba de aguantar el dolor de la tortura. Yo sabía que cada minuto que soportara las flagelaciones, era el tiempo necesario para que el poema de Víctor atravesara las barreras del fascismo. Y, con orgullo, debo decir que los torturadores no lograron lo que querían. Una de las copias atravesó las alambradas y voló a la libertad y aquí están los versos de Víctor de su último poema:
(sublinhados meus)
“Estadio Chile”.
“Somos diez mil manos menos Que no producen. ¿Cuántos somos en toda la Patria? La sangre del compañero Presidente golpea más fuerte que bombas y metrallas. Así golpeará nuestro puño nuevamente. Canto, qué mal me sales cuando tengo que cantar espanto. Espanto como el que vivo como el que muero, espanto”.
In La Ventana - Portal Informativo da Casa das Américas
Sergio Ortega, compositor chileno, escreveu uma versão de "Fulgor y Muerte de Joaquín Murieta", do poeta Pablo Neruda. Canções como Así como hoy matan negros e Ya parte el galgo terrible têm sido interpretadas por destacados músicos chilenos como Víctor Jara, Quilapayún , Inti Illimani e Cuncumén .
Ya parte el galgo terrible a matar niños morenos. Ya parte la cabalgata la jauría se desata exterminando chilenos ay que haremos, ay que haremos ya parte la cabalgata, ay que haremos, ay que haremos.
Con el fusil en la mano disparan al mexicano y matan al panameño en la mitad de su sueño.
Buscan la sangre y el oro los lobos de San Francisco, golpean las mujeres y queman los cobertizos.
Maldita sea la hora y el oro que se deshizo y para qué nos vinimos de nuestro Valparaíso. Ya matan a los chilenos, ay que haremos, ay que haremos en la mitad de su sueño ay que haremos, ay que haremos.
Ver e ouvir AQUI uma versão da Academia de Teatro do Instituto Nacional do Chile