Se le vio, caminando entre fusiles, por una calle larga, salir al campo frío, aún con estrellas de la madrugada. Mataron a Federico cuando la luz asomaba. El pelotón de verdugos no osó mirarle la cara. Todos cerraron los ojos; rezaron: ¡ni Dios te salva! Muerto cayó Federico —sangre en la frente y plomo en las entrañas— ... Que fue en Granada el crimen sabed —¡pobre Granada!—, en su Granada.
2. El poeta y la muerte
Se le vio caminar solo con Ella, sin miedo a su guadaña. —Ya el sol en torre y torre, los martillos en yunque— yunque y yunque de las fraguas. Hablaba Federico, requebrando a la muerte. Ella escuchaba. «Porque ayer en mi verso, compañera, sonaba el golpe de tus secas palmas, y diste el hielo a mi cantar, y el filo a mi tragedia de tu hoz de plata, te cantaré la carne que no tienes, los ojos que te faltan, tus cabellos que el viento sacudía, los rojos labios donde te besaban... Hoy como ayer, gitana, muerte mía, qué bien contigo a solas, por estos aires de Granada, ¡mi Granada!»
3.
Se le vio caminar... Labrad, amigos, de piedra y sueño en el Alhambra, un túmulo al poeta, sobre una fuente donde llore el agua, y eternamente diga: el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!
Outro poeta de grande nome no Brasil e no estrangeiro é Vinicius de Moraes, que apareceu na segunda geração do modernismo, a partir de 1930. A sua obra trouxe ao modernismo o sentido de equilíbrio entre o velho e o novo, restaurando formas como o soneto e a balada e, principalmente, dando ao verso tradicional uma nova linguagem e um ritmo novo aos versos livres, numa musicalidade que agradou bastante o leitor. Não é, portanto, por acaso, que Vinicius de Moraes veio a tornar-se um dos maiores compositores da música popular brasileira. No seu livro Nossa Senhora de los Ángeles e Nossa Senhora de Paris, escritos no fim da década de 1940 e publicado em Obra Poética (1968), dedica um poema à morte de García Lorca: "A Morte na Madrugada", com uma epígrafe tomada a Antonio Machado ("Muerto cayó Federico"). Este poema retoma também o sentido narrativo do Romancero Gitano, intertextualizando alguns de seus versos, como na primeira e na última estrofes:
Uma certa madrugada Eu por um caminho andava Não sei bem se estava bêbado Ou se tinha a morte n'alma Não sei também se o caminho Me perdia ou encaminhava.
Só sei que a sede queimava-me A boca desidratada. Era uma terra estrangeira Que me recordava algo Com sua argila cor de sangue E seu ar desesperado.
Lembro que havia uma estrela Morrendo no céu vazio De uma outra coisa me lembro: … um horizonte de perros ladra muy lejos del río… [ …]
Atiraram-lhe na cara Os vendilhões de sua pátria Nos seus olhos andaluzes Em sua boca de palavras. Muerto cayó Federico Sobre a terra de Granada La tierra del inocente No la tierra del culpable. Nos olhos que tinha abertos Numa infinita mirada Em meio a flores de sangue A expressão se conservava Como a segredar-me: — a morte É simples, de madrugada…
Percebe-se neste poema a força da influência da poesia de García Lorca, sobretudo a partir do Romancero Gitano, de 1928. Os poetas jovens do Brasil, vindos da dicção modernista, haviam abandonado a redondilha, talvez considerando-a demasiadamente popular. Lorca ajudou portanto a restaurar uma forma poética na literatura brasileira, a que tinha, aliás, como contraponto popular, o uso quase exclusivo dos versos de sete sílabas, como nos poetas de cordel, principalmente do Nordeste. Via-se que tal ritmo, tido como superado, estava sendo trabalhado por Lorca no sentido de juntar o popular ao erudito. Daí uma série de poemas em redondilhas, a partir de 1945, o que fez a crítica pensar numa volta aos movimentos literários anteriores ao modernismo. Chegou-se a falar num Neomodernismo — a geração de 45, de onde saíram João Cabral e Lêdo Ivo.
UMA CERTA madrugada Eu por um caminho andava Não sei bem se estava bêbedo Ou se tinha a morte n'alma Não sei também se o caminho Me perdia ou encaminhava Só sei que a sede queimava-me A boca desidratada. Era uma terra estrangeira Que me recordava algo Com sua argila cor de sangue E seu ar desesperado. Lembro que havia uma estrela Morrendo no céu vazio De uma outra coisa me lembro: ... Un horizonte de perros Ladra muy lejos del río...
De repente reconheço: Eram campos de Granada! Estava em terras de Espanha Em sua terra ensangüentada Por que estranha providência Não sei... não sabia nada... Só sei da nuvem de pó Caminhando sobre a estrada E um duro passo de marcha Que eu meu sentido avançava. Como uma mancha de sangue Abria-se a madrugada Enquanto a estrela morria Numa tremura de lágrima Sobre as colinas vermelhas Os galhos também choravam Aumentando a fria angústia Que de mim transverberava.
Era um grupo de soldados Que pela estrada marchava Trazendo fuzis ao ombro E impiedade na cara Entre eles andava um moço De face morena e cálida Cabelos soltos ao vento Camisa desabotoada. Diante de um velho muro O tenente gritou: Alto! E à frente conduz o moço De fisionomia pálida. Sem ser visto me aproximo Daquela cena macabra Ao tempo em que o pelotão Se punha horizontal.
Súbito um raio de sol Ao moço ilumina a face E eu à boca levo as mãos Para evitar que gritasse. Era ele, era Federico O poeta meu muito amado A um muro de pedra-seca Colado, como um fantasma. Chamei-o: Garcia Lorca! Mas já não ouvia nada O horror da morte imatura Sobre a expressão estampada... Mas que me via, me via Porque eu seus olhos havia Uma luz mal-disfarçada.
Com o peito de dor rompido Me quedei, paralisado Enquanto os soldados miram A cabeça delicada.
Assim vi a Federico Entre dois canos de arma A fitar-me estranhamente Como querendo falar-me Hoje sei que teve medo Diante do inesperado E foi maior seu martírio Do que a tortura da carne. Hoje sei que teve medo Mas sei que não foi covarde Pela curiosa maneira Com que de longe me olhava Como quem me diz: a morte É sempre desagradável Mas antes morrer ciente Do que viver enganado.
Atiraram-lhe na cara Os vendilhões de sua pátria Nos seus olhos andaluzes Em sua boca de palavras. Muerto cayó Federico Sobre a terra de Granada La tierra del inocente No la tierra del culpable. Nos olhos que tinha abertos Numa infinita mirada Em meio a flores de sangue A expressão se conservava Como a segredar-me: A morte É simples, de madrugada...
Guitarra del mesón que hoy suenas jota, mañana petenera, según quien llega y tañe las empolvadas cuerdas. Guitarra del mesón de los caminos, no fuiste nunca, ni serás, poeta. Tú eres alma que dice su armonía solitaria a las almas pasajeras... Y siempre que te escucha el caminante sueña escuchar un aire de su tierra.
¿Quién me presta una escalera, para subir al madero, para quitarle los clavos a Jesús el Nazareno?
Saeta Popular
¡Oh, la saeta, el cantar al Cristo de los gitanos, siempre con sangre en las manos, siempre por desenclavar! ¡Cantar del pueblo andaluz, que todas las primaveras anda pidiendo escaleras para subir a la cruz! ¡Cantar de la tierra mía que echa flores al jesús de la agonía, y es la fe de mis mayores! ¡Oh, no eres tú mi cantar! ¡No puedo cantar ni quiero a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en el mar!
El Quinto Regimiento es el nombre con que el Partido Comunista español popularizó el instrumento de lucha, consagrado a combatir al fascio, desde el mismo día (19 de julio) en que fue fundado, en una reunión inolvidable, a que asistieron los comandantes Carlos, Castro, Barbado, Heredia; algunos miembros del Partido Comunista, «Pasionaria», José Díaz y Francisco Antón. Tal es la célula fecunda, destinada a convertirse muy pronto en perfecto organismo.
El Quinto Regimiento fue, en verdad, popular desde sus comienzos. El pueblo con certero instinto lo hizo suyo, lo acogió con amor y entusiasmo. ¿Por qué? La respuesta es fácil: el pueblo - en el pueblo entramos todos, sin distinción de clases, cuantos sentimos el destino común a los hombres de nuestra raza - sabe muy bien lo que nace para la vida y lo que nada destinado a la muerte. En esto no suele engañarse. Ello explica muchos aparentes milagros de la Historia. El 2 de mayo un motín callejero llevaba dentro toda nuestra guerra de la independencia del movimiento arrollador que hizo palidecer, primero, u que abatió más tarde el poder del primer capitán de su siglo. La salida de Juan Martín de su oscuro pueblo, seguido de dos hombres, es un comienzo tan humilde como fecundo de la gesta inmortal de nuestros guerrilleros. El Quinto Regimiento - no lo olvidemos - que nace con 500 hombres en los primeros días de la guerra, se disuelve en enero de 1937 con 139.000 hombres, repartidos y encuadrados en los frentes de Madrid, Extremadura, Andalucía y Aragón... ¡Todo un ejército fiel al modesto nombre de su origen! ¡Todo un ejército que nace en el pueblo, el pueblo lo nutre y acrecienta, y al pueblo se reintegra, una vez creado como perfecto organismo de combate, sin que ni en un solo momento de su historia gloriosa se prestase a ser un instrumento en manos de la ambición!
El primer comandante en el Quinto Regimiento fue Enrique Castro; siguióle - en el orden del tiempo - Enrique Líster; el comandante Carlos J. Contreras fue desde su fundación comisario político. Entre sus jefes figuran también Modesto Guilloto, «El Campesino» (Valentín González), los hermanos Galán, los coroneles Moriones, Heredia y Brillo; los tenientes coroneles Nino Nanetti y López Tienda, muertos heroicamente; Gustavo Durán, Toral... Cito no más estos nombres gloriosos, porque así cumple a esta breve noticio, prefacio de un trabajo más extenso que me propongo hacer; pero deploro al citarlos no haber aprendido a escribir en bronce.
(...)
El Quinto Regimiento surge de una iniciativa del Partido Comunista español, pero el Partido Comunista español (os habla un hombre que no está afiliado a él y que dista mucho en teoría del puro marxismo) es una creación españolísima, un crisol de las virtudes populares, entre las cuales figura nuestro don de universalidad y nuestra capacidad de amor más allá de nuestra fronteras. Nada tan español, nada tan popular - reparadlo bien -, nada tan sinceramente nuestro como esa honda simpatía, como ese amor fraterno que siente hoy España, la España auténtica, por el pueblo ruso y por los hombres de otros pueblos, que han venido a verter su sangre por una causa humana, generosa y desinteresadamente, al lado nuestro. Los que se dicen defensores de la cultura, y bombardean el Museo del Prado, la pila bautismal de Cervantes y el sepulcro de Cisneros, los hoy llamados fascistas - yo creo que el mote les viene todavía ancho -, los que han abierto las puertas de su patria a las codicias totalitarias, son, en cambio, los mismos que trabajaron siempre por aislarnos del mundo. Ellos son los descendientes de aquellos mayorazgos en corte, que gastaban sus fortunas en adular a la realeza, mientras los pobres segundones descubrían y conquistaban América; ellos - todo hay que decirlo - son los que más de una vez hicieron fecunda a la pobreza española. Merced a ellos, hombres como Cervantes tuvieron que buscar el pan fuera de su patria. Y conste que por ellos ni se hablaría el español más allá del Atlántico, ni se habría escrito el Quijote.
(...)
Antonio Machado, La Guerra. Escritos: 1936-39. Ed. por Julio Rodríguez Puértolas y Gerardo Pérez Herrero. Madrid: Emiliano Escolar Editor, 1983, pp. 227-232.
IV Nuestras horas son minutos cuando esperamos saber, y siglos cuando sabemos lo que se puede aprender.
X La envidia de la virtud hizo a Caín criminal. ¡Gloria a Caín! Hoy el vicio es lo que se envidia más.
XXIII No extrañéis, dulces amigos, que esté mi frente arrugada. Yo vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas.
XXI Ayer soñé que veía a Dios y que a Dios hablaba; y soñé que Dios me oía... Después soñé que soñaba.
XLI Bueno es saber que los vasos nos sirven para beber; lo malo es que no sabemos para qué sirve la sed.
XLIV Todo pasa y todo queda; pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar.
LIII Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza, entre una España que muere y otra España que bosteza. Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón.
XLIV Todo pasa y todo queda; pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar.
I Nunca perseguí la gloria ni dejar en la memoria de los hombres mi canción; yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón. Me gusta verlos pintarse de sol y grana, volar bajo el cielo azul, temblar súbitamente y quebrarse.
XXIX Caminante, son tus huellas el camino, y nada más; caminante, no hay camino: se hace camino al andar. Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar.
Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar.
Nunca perseguí la gloria, ni dejar en la memoria de los hombres mi canción; yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, como pompas de jabón.
Me gusta verlos pintarse de sol y grana, volar bajo el cielo azul, temblar súbitamente y quebrarse.
Nunca perseguí la gloria...
Caminante, son tus huellas el camino y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar.
Al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino sino estelas en la mar...
Hace algún tiempo en ese lugar donde hoy los bosques se visten de espinos se oyó la voz de un poeta gritar: «Caminante no hay camino, se hace camino al andar...» golpe a golpe, verso a verso...
Murió el poeta lejos del hogar. Le cubre el polvo de un país vecino. Al alejarse le vieron llorar. «Caminante no hay camino, se hace camino al andar...» golpe a golpe, verso a verso...
Cuando el jilguero no puede cantar, cuando el poeta es un peregrino, cuando de nada nos sirve rezar. «Caminante no hay camino, se hace camino al andar...» golpe a golpe, verso a verso.